Texto: Tomás Richards
Lectura: Pablo Lo Cane
Ilustración: Ezequiel Vanucci
Roto está sentado al volante fumando un cigarrillo. Aunque no podamos verlo a causa de la oscuridad, los dos sabemos que ahí enfrente está el río Uruguay. Hace frío y llueven gotas muy finas.
Roto me dice:
–Yo ya me quiero ir… Bah, todos no queremos ir. Ya estamos hace un mes acá y no hay nada para hacer. Si te cansás de los demás no hay un lugar para irte a tomar una cerveza solo.
Todo el pueblo es igual. Lo levantaron los militares en los setenta, cuando inundaron la ciudad vieja para hacer la represa. Lo hicieron como si fuese un cuartel: todos los edificios iguales, sin árboles en las veredas ni espacios públicos. Hay tres tipos de casa: A, B y C. La diferencia únicamente está en el tamaño.
Por eso surgió lo del documental.
Manejamos por el pueblo. Pasamos varias veces por las mismas calles. Roto dice:
–La gente acá está rayada. Fuimos a filmar a la casa de una maestra y la mina nos mostró su colección de troncos petrificados. Una habitación entera llena de pedazos de madera, todos iguales. Otro tipo nos mostró los videos que filma él con los hijos. Hicieron “El increíble Hulk” en su casa, disfrazados, pintados y hablando en venezolano.
Es sábado a la noche y en la calle no hay nadie. Los domingos a la tarde recién aparece la gente. Las adolescentes se sientan en la vereda y los tipos las miran, las hablan. Los más grandes dan vueltas al pueblo y toman mate subidos al auto, sin bajar ni detenerse.
Miro a Roto. Él mira la calle. Dice:
–También conocimos al que era el intendente cuando el pueblo se inauguró. Está como arrepentido de haber ayudado a los milicos. Dice que se siente cómplice del desarraigo de la gente… Pero tiene un Falcon verde parado en la puerta de la casa.
Roto no se ríe.
–Y a nosotros ya se nos está pegando la psicosis de la gente. El otro día fuimos a las termas con una camarita digital que tiene Javi, no con la que usamos para el documental, y filmamos unas historias boludas… Estamos medio hartos: cuando no estás trabajando no sabés qué mierda hacer… Aventuras en Federación, se llama el videíto.
Ahora Roto sonríe. Ya le falta poco para volver, unos días más.
Entramos al casino, que parece ser lo único abierto esa noche. Es un edificio mal hecho sobre la costa. No lo hicieron los militares, pero el arquitecto parece haberse inspirado en la obra de ellos. Toda la gente que está ahí es la gente que viene a las termas. También hay algunos lugareños.
Nos sentamos en la barra, que parece sacada de una película italiana de la década del setenta, y pedimos una cerveza. Allá afuera está el río, pero no se ve ahora. Roto dice:
–Las termas las encontraron hará diez años. Estaban muertos de hambre y se salvaron con eso. Se construyó el complejo termal y se hicieron algunos hoteles alrededor. Ahora vas de día por ahí y está lleno de gente en bata de toalla caminando por la calle o subida al auto. Todos viejos. Todos. Esos son los turistas que vienen acá.
Esos son, también, los que dejan plata en el casino.
Se termina la cerveza y Roto va a comprar algunas fichas. Después se sienta en la mesa de blackjack y se pone a jugar. Gana. Sus ojos reviven. Se fuma un cigarrillo y después otro, disfrutando. Sigue ganando.
Yo recorro el casino y miro. Las mesas de juego son viejas y están gastadas pero todavía pueden leerse los pares e impares, los negros y los rojos del paño. En la ruleta todos apuestan y fuman mucho. Una mujer joven, hermosa a pesar de las ojeras, pierde todo en cada ronda. Luego va hasta una mesa del bar llena de viejos. Abraza a uno y le habla al oído. El viejo, sin mirarla, saca guita del bolsillo y se la da. Ella le da un beso sin sonreír, vuelve a jugar y pierde. Así toda la noche.
Roto aparece atrás mío. Ganó algunas fichas. Volvemos a la barra y pedimos otra cerveza. Paga él, con fichas. Los viejos de la mesa miran una pelea de box por televisión. Están callados pero cada tanto alguno opina algo. Roto y yo brindamos.
Roto dice:
–La gente acá te habla de la ciudad vieja como si fuera el paraíso. Es como si fuese la edad dorada de ellos… Dividen el tiempo en antes y después de la inundación como todo el resto del mundo en antes y después de Cristo. Hay un restorán en el centro, el único que hay en el centro, que tiene un cartel que dice “Federación: ni el agua pudo borrar tu nombre”. Ellos lo viven así…
Roto hace un gesto con la cara. Como si tratase de comprender aquel pueblo, como si aquello lo atormentara.
Vamos en el auto. Es tarde y no hay nadie en la calle, aunque no porque sea tarde. O sí. El auto es del director del documental. Atrás cargan todos los equipos cuando salen a filmar. Cuando lo hacen en la calle, la gente cree que son del gobierno y les preguntan si van a asfaltar la calle. Ellos contestan siempre que sí.
Roto fuma y maneja.
–Bueno, ya en unos días pego la vuelta… Allá arreglamos para salir.
Sabe que se va a ir de Federación. Eso lo pone contento.
El auto pega una curva y salimos a la costanera. Ahí, aunque no lo veamos, está el río Uruguay. Del otro lado de ese puente está la ciudad vieja. Cuando el agua baja, aparecen las veredas, los cimientos de las casas, los troncos talados de los árboles. Es tierra arrasada. Cuando baja el agua, la gente vuelve a lo que fue su antigua casa y pasa el día ahí. A veces el agua se retira más y deja en la orilla cucharitas de café o pavas oxidadas.
Ahora el agua está baja. Pero es de noche. Ahí está la ciudad vieja, en la oscuridad. Por eso no se la puede ver.