Texto: Virginia Feinmann
Lectura: Tatiana Goransky
Ilustración: Carolina Marcús
Una vez más mi marido se quiso separar de mí. No lo tomo muy en serio porque sé que nunca lo vamos a concretar. Nos queremos demasiado. El motivo era el de siempre: baja frecuencia y calidad de las relaciones sexuales.
–No me deseás –me dijo–, cuando me acerco te ponés tensa.
–Pero sí que te deseo –le expliqué como a un chico–. ¿Y para tu cumpleaños, que estuvimos juntos?
–¿Y tiene que ser mi cumpleaños para eso?
Empecé a buscar mentalmente otras fechas antes y después del cumpleaños. Hubo. Hubo. ¿Y la vez que…?
–Es siempre con cuentagotas, como una limosna. Tengo cuarenta y cuatro años y me siento muerto.
Me preocupé.
El primer día fui a hacer compras, limpié la casa, preparé la cena, puse Capusotto. Hablé de las ventajas del cariño, del amor incondicional, de saber que hay alguien con quien contás para lo que sea.
–Para eso me voy a vivir con mi hermana –me dijo.
El segundo día le conté de otras parejas que conocíamos, de más de quince años de casados como nosotros, que ¿viste lo bien que se llevan? No cogen nunca. Están con los chicos, van al cine, al teatro, viajan… La pareja no se pone en duda por eso.
–No me importan los demás –me dijo.
Al tercer día le hablé de la casa, nuestra casa hermosa, la complicación de ponerla en venta, dividirla.
–Me voy yo –me dijo.
–Pero, mi amor, tenés miles de muebles, colecciones de revistas, archivos. –Le agarré la mano y lo miré, esperando que me dijera que me quería, que dábamos marcha atrás. Miró fijo una paloma en la ventana.
–Bueno, me voy yo –le dije al cuarto día–. Soy una mujer independiente, no cargo lastres, detesto el consumo, me arreglo con dos cosas, ni heladera necesito, me alquilo un monoambiente, pero cómo hago para pagar todo, depósito, mes adelantado, dos meses de comisión a la inmobiliaria y las expensas, las expensas ahora son carísimas y, además, esta casa la compramos juntos. ¿Te acordás de cuánta plata nos prestó mi hermana, te acordás de cómo nos encantó el patiecito para tomar mate y…?
–Te pago el monoambiente hasta que se venda la casa –me dijo.
Al quinto día lloré sobre el gato, lo tuve todo el tiempo a upa, nuestro cachorro, nuestro bebé compartido, lo voy a extrañar, mirá cómo me hace con la patita.
–Llevalo –me dijo.
–Cómo, ¿vos no lo querés? ¿No lo quisiste todo este tiempo entonces? –Lágrimas sobre el pelito del gato que se sacude en mi falda.
–Lo voy a extrañar, pero si querés, llevalo.
Al sexto día le propuse que tuviéramos un día fijo por semana para sexo, los viernes, mañana-tarde-noche, algo para tomar, geles, lencería, chiches, ¿sí?
–Ya lo dijiste antes y nunca lo hicimos.
Al séptimo día: ¿Vos te creés que el sexo es todo, Martín? ¿Que porque garches bien con alguien vas a tener lo que tuvimos nosotros en estos quince años? ¿Sabés todo lo bueno que tenemos, lo que estás tirando a la basura? ¿Creés que una pareja se forma solo por sexo?
–No, pero cuando la forme, el sexo va a ser importante.
Entonces preparé mi valija y me fui. Cuando estaba en la puerta le dije.
–El lunes hice compras.
–Sí, vi.
–Traje fósforos. Una caja de Gran Fragata. Son cuatrocientos.
–…
–No soporto que duren más que yo. Vas a prender el calefón para bañarte después de estar con una mina. Vas a prender la hornalla para hacerle un café a ella.
Bajó la cabeza. Se puso a llorar. Me entró la valija, me dio un abrazo, un beso largo.
–Probemos hasta que se terminen los fósforos –me dijo.