Texto: Cezary Novek
Lectura: Pablo Cecchini
Ilustración: Sebastián Irigoytia
-¿Tenés calor?
-No.
-Si querés, prendo el aire.
-No, no. Está bien.
-¿Te gusta la cumbia? –dijo, acercando el dedo al estéreo.
-No, no.
-¿Te gustan las minas?
-¿Eh? Sí, claro.
-Ah, pensé que nada más sabías decir “no, no”.
Mauro lo miró a los ojos. El conductor se pasó la mano por la traspiración de la cara y se peinó para atrás los pocos pelos rubios. Fijó su vista en el camino llano, casi del mismo color del cielo gris plomo. Unas gotitas caían sobre el parabrisas del auto.
-Era un chiste. Los buenos copilotos dan algo de charla, aunque no sea interesante. El problema es cuando se duerme el que maneja. Así que si no querés charlar, cebá mate, ¿querés? Ahí, atrás del asiento hay un bolso con todo el equipo.
-¿Dulce o amargo?
El conductor achicó los ojos claros.
-Lo que te quede más cómodo, me da igual.
La llovizna se convirtió en un chaparrón.
-¿Falta mucho?
-No.
-Ah.
-Es la primera vez que te invitan, ¿no es cierto? Creo que no te llevé nunca. Me acordaría.
Mauro irguió la cabeza un poco para acompañar la respuesta.
-Es la primera vez.
-Debés haber hecho algo extraordinario-a la última palabra la silabeó mostrando los dientes separados.
-Hice un análisis de los números, tengo un proyecto que le puede ahorrar mucho dinero a la empresa si corrigen un par de errores del sistema.
-Errores del sistema.
-Sí. Eso. Errores. No entiendo cómo no lo vieron antes.
-Claro.
-Yo tampoco te sentí nombrar antes.
-Es posible.
-¿Solo vas a los asados?
El conductor lo miró un momento pensativo. Mauro esperó una sonrisa que no llegó.
-Casi que sí.
-Debés haber hecho algo extraordinario vos también.
-¿Eh?
-Digo, para que solo tengas que ir a los asados.
El conductor prendió un cigarrillo sin preguntar. Después de dos pitadas, lo miró rápido.
-Una vez estuve casado. Tuve dos hijos.
-Ajá.
-Pero después me separé.
-Ah.
-No importa el motivo. Tampoco el hijo mayor. Ese vivía conmigo.
Hizo una pausa para tomar un mate.
-La más chica vivía con la madre, en la misma pieza. Había llegado a esa edad en que buscan cualquier excusa para cruzarse a la cama de los padres. Especialmente con esta pelotuda, que siempre que podía se iba de joda y la dejaba con la abuela.
-Claro.
-Los chicos que están en el techo, decía. No me dejan dormir. Quieren jugar conmigo, todo el tiempo. Y a veces no tengo ganas. Me canso. Eso era lo que decía. La madre no le daba bola y la dejaba sola igual. Como conmigo no se hablaba, recién me contó cuando ya la cosa pasó a castaño oscuro. Ponele más yerba.
El chaparrón se volvió más fuerte. El conductor disminuyó un poco la velocidad. Afuera no se veía nada, por el agua. Adentro tampoco, por el humo.
-Vos me dirás, ¿qué tiene que ver esto con lo que veníamos hablando? A la gente que ocupa lugares como el tuyo le seca las pelotas tener que hablar de cosas personales. Tienen miedo de hacerse preguntas.
-Pará un poco, yo no dije eso. Fijate si así está bien de yerba.
-Está todo bien. A mí no me interesa tu vida como a vos no te interesa la mía. Pero es una cuestión de preguntas. Las preguntas siempre nos llevan a algún lado.
-¿Y qué pasó?
-Pasó que la madre decía que veía lo mismo que la nena. Y el más grande no decía nada pero no se quería quedar a dormir ni a palos con ellas. Decía que lo tenían re podrido hablando de las sombras en la pared. Que no le gustaba el olor que había en la casa.
-¿Y no la mandaban con vos?
-Al principio no. La madre tenía una idea pelotuda de que solo tenía que dormir en la casa de ella, que era chica. Cuatro años tenía ya y no se había quedado nunca en casa. Pero después la mandó unos días conmigo. A ver si la dejaba dormir de noche. En casa también jodía con eso de que la querían invitar a jugar.
La lluvia era torrencial, no se escuchaba tan fácil.
-¿Cómo?
-Que en casa empezó a joder con lo mismo. No me dejaba dormir. La llevé al psicólogo.
Prendió otro cigarrillo con la colilla del anterior y le pidió un mate con la mano.
Me dijeron que tenía un problema complicado. No me acuerdo el nombre. Pero el tratamiento era largo, intenso, caro. En parte era de nacimiento, en parte por la madre. Le podría haber dicho que no jodiera y hacerme el boludo, pero la pendeja no quería dormir. ¿Sabés lo que le pasa a la gente que no duerme por mucho tiempo?
-No.
-Se muere, boludo, qué le va a pasar.
Le dio dos pitadas largas al cigarrillo y lo apagó. La lluvia no menguaba ni un poco.
-La madre entró a darle a las pepas y se puso cada vez peor. Pero bueno, no era problema mío. Desde que eligió la joda antes que quedarse en casa, eso dejó de ser mi problema. Tuve que hacerme cargo del tratamiento de la nena. Carísimo.
-¿Y el más grande?
-Al principio se puso las pilas y salió a trabajar, para bancar a la madre. Después terminó empepándose él también. Empezó con la madre, siguió con los amigos. Después me vino a patear la puerta para que lo ayude. Lo saqué cagando.
-¿Pero la nena mejoró?
El conductor ladeó la cabeza de una forma que no decía ni sí ni no.
-Las preguntas siempre te llevan a algún lado. Siempre que se hagan en la dirección correcta. A mí me llevaron a pagar tratamientos caros y a tener este trabajo, que me llevó a otros tratamientos. A vos las preguntas te llevaron a la casa de estos caretas a comer un asado.
-¿Pero qué tiene de malo?
-¿Ves aquella entrada? Bajá y quedate bajo ese alero que ahora les aviso que te vengan a buscar.
-¿No venís?
-Ni en pedo.
Mauro cerró la puerta y fue corriendo hasta el alero. Este viejo está quemado, pensó. Después se dio cuenta que le habían puesto chofer para la ocasión. Se acordó de la propuesta que les iba a hacer. Se sintió importante. En el auto, el conductor sacó su Nokia 1100 y escribió un mensajito: “La carne está en la puerta”.