Texto: Hernán Pueyrredon
Lectura: Alejandro Conrad
Ilustración: Mariano Andrés López
Para Lisandro Díaz, soñador peronista
Cuando cae la tarde y las nubes se encienden para la última cosecha de crema del cielo nada me gusta más que sacarme la ropa y correr a tocar los pies de la estatua del patio. Entre los gritos de mis compañeros, me lanzo en un babeante desplazamiento hasta Viena y, en un perfecto castellano que mi estimado Bigotes entiende a la perfección (no es que yo no sepa alemán, sino que él tiene una especial fascinación por Sudamérica), lo saludo y me muestra el diván, pide que me acueste y que por favor le cuente de mi manía por las estatuas; yo, como siempre, le digo que no me joda y que sí, que la próxima si quiere lo saco a pasear conmigo por la historia del mundo, pero ahora no, que a veces el tiempo es breve y no te preocupes, convidá, Bigotes, armate una línea para vos y otra para mí y claro que te ayuda, vos seguí que vas a llegar lejos pero sí, qué duda te queda si todos los capos toman y cuando Bigotes empieza a ponerse pesado con eso del sexo hay golpes a la puerta, polizei, polizei, nazis de mierda y tranquilo, Bigotes, que me buscan a mí, así que me visto con lo que encuentro, salto por la ventana al grito de aguante Messi, puta que los parió, y corro entre rubios y rubias de película a los que les giran los ojos al verme pasar y entreabren los telones de sus melenas para seguirme los pasos y marcar el camino a los guardianes del tiempo. Tengo la garganta seca, un lado del abdomen me duele bastante y te juro que hasta quisiera que me atrapen, me rindo, acá estoy, ya está, fue lindo el viaje mientras duró, pero para entonces ya estoy en el gran parque de la ciudad, y justo antes de que los guardias me atrapen, en el tobillo todavía la marca de uno de los infames, llego a tocar el busto semidestruido de un gordito simpático, podría decir casi idéntico al colectivero de la línea 93 ¿o era la 108? para resurgir detrás de un cañón francés y si me vieran ahora los pibes del barrio, dándole con todo a los ingleses y hay que ver cómo saltan por el aire, esta es por Malvinas, esta otra por Rattín, esta por imperialistas hijos de puta y ¿qué pasa?, los soldaditos se dicen algo en francés, se hacen señas con cara de constipados y yo, que apenas me sé algunas pavadas de la tele, Amélie, Pepe Le Pew y toda esa mierda, no entiendo nada y enseguida corren para el otro lado, cobardes, aguante el petiso cara de asco, pero de a poco me doy cuenta de que del gordito ni señales y si todos corren es porque seguro esta es la guerra que pierde, pero de una estatua para rajar ni señales, y ya siento sobre mí la furia prusiana por perderme en Viena, ya están requetecerca y ahora sí me agarra el cagazo, porque nada podría sacarme de este lío, salvo que alcance a tocar alguna figura en el pueblo ese que se ve allá a lo lejos. Me acerco a un caballo atado a un carro lleno de cartones que me mira con esa cara de nada que tienen los caballos y le digo al oído hay que rajar, si nos quedamos, mortadela, y se ve que el boludo entiende porque enseguida me sube de un lengüetazo y salimos al galope y hay que llegar, matungo, no queda otra, pasamos el cartelito donde se lee Lasne y el lugar está todo prendido fuego y lleno de muertos y por qué carajo siempre me persiguen a mí, si lo único que quiero es un banquito al sol, uno o dos puchos, y tal vez cambiarle una o dos cositas al rumbo de la historia, pero una tropa del tiempo nos descubre, en las picas llevan las cabezas de mis excamaradas franchutes, adiós, Pepe, hasta la vista, Le Pew, y ahí, ahí entre los escombros, asoma una mano de mármol, que me agarren si pueden y con solo tocar el dedito, fiiiiiiiium, el terror de la guerra queda atrás, y por la ventana me llega el dulce aroma del tomate caliente, que se mezcla con el de la cebollita los domingos y cuando miro por la ventana encuentro ríos de tuco y fideos con simpáticos gondolieris que me saludan y yo saludo, Venecia, Venecia, y quiero volver a decir Venecia, pero una voz así como de globo desinflado me dice pues sí, que aquí es, y cuando me doy vuelta, oh, oh, detrás de la sonrisa de un pintor llego a ver a una mujer que se cubre apenas y me zambulliría, juro que me tiraría de cabeza en ese mar de sábanas y paños rojos, daría vueltas y más vueltas a ese torbellino de sonrisas y piel blanquísima, pero no, tranquilidad, ragazza, primero hay que averiguar por qué este tipo me habla en español, mirá si es el enemigo, y a ver, gallego… ¿por qué me hablás así, en castellano? Español, me corrige el gallego, y me explica que no es gallego, no es gallego, pero trabaja mucho para un tal Felipe y a la fuerza tuvo que aprender el idioma y al final resulta ser un capo, me ofrece un poco de licor, pregunta por mi ropa y si me gustaría posar para él porque necesita un Perseo o algo así y yo le digo sí, maestro, pero hay que ver si la tela se banca a un auténtico porteño, bien de barrio, viste, y él no me entiende, pero a quién le importa, ya empiezan a golpear la puerta, golpean cada vez más fuerte y los hijos de puta hacen llorar a la Tana, no llores, Tana, no llores, e‘ mio padre, e‘ mio padre, grita desconsolada y trato de explicarle que me buscan a mí, tranquila, olvidate, hacé como que acá no pasó nada, y entonces el pintor me dice pardiez, por aquí, por aquí, y resulta que había una puertita secreta y los tres salimos rápido del lugar y les digo vengan, vengan conmigo, pero se ve que mucho no confían porque enseguida se suben a un bote y se alejan a toda velocidad por un río que ahora me parece más dulce de leche que tuco y adiós, mi bella donna, adiós, en otra ocasión será, y en cuanto toco la figura de bronce de un barbudo, me aparezco entre las filosóficas escalinatas de un gran debate sobre el amor, que algunos dicen que es tal cosa, pero no, parece que, en realidad, es tal otra, y cuando al de la espalda ancha se le ocurre decir que primero deberían definir qué es la realidad, en seguida me doy cuenta de que el jarrón que se pasan está cargado de palabras, palabras y más palabras carmesí que pintan la tarde de sabiduría y la de cosas que harían si Bigotes les armara una buena línea y no me puedo aguantar las ganas de que me toque a mí, quiero, quiero, pero parece que la cosa va a quedar para otro momento, porque todo empieza a llenarse de guardias del tiempo que gritan impiedad, impiedad, y todos corren para no ser arrastrados como simples delincuentes al tribunal de justicia. Yo subo las escaleras a todo lo que da hasta llegar a los pies de una estatua en la que alcanzo a leer Atenas y la realidad me catapulta hasta la Capitana, Evita Capitana, y con eso me emociono, se me llenan los ojos de lágrimas, la abrazo y ella, con la voz del pueblo, me dice tranquilo, flaco, si el tiempo está de nuestro lado, Buenos Aires, febrero de mil novecientos cuarenta y seis, toda una vida por delante.