Texto: Diego Golombek
Lectura: Nicolás Hochman
Ilustración: María Belén Echeverría
Podía ser una idea genial, una de esas ideas que uno deja pasar sin querer, porque no se da cuenta de lo buenas que son. Es sabido que no hay quien se pueda resistir a un buen árbol de moras: tienen como un sabor a infancia, a escapadas del colegio, a tortas de abuela, y la idea de Fabi me sonó a paraíso terrenal.
Una vez nos encontramos en una plaza y descubrimos el primer árbol de moras. Ella me preguntó si me imaginaba lo que sería poder tener un mapa de todos los árboles de moras de Buenos Aires; de ahí a la idea de hacer un mapa de verdad y poder venderlo en los quioscos, no hubo demasiada discusión. “Es como en Hollywood, ¿viste donde viven todos los actores famosos?”, había dicho, “bueno, ahí te venden unos mapas que te indican dónde están las casas de cada uno de ellos, los mapas de las estrellas, y vos vas con el auto mirando las mansiones enormes”.
Evidentemente era un plan a largo plazo. Conseguimos un mapa de la ciudad y lo dividimos en cuadrantes para ir recorriendo cada fin de semana. Primero nos tocó la parte norte, yo me acordaba de que junto a la vía muerta en Olivos había varios árboles metidos entre las cañas. El hallazgo del primer árbol fue una fiesta, porque lo encontramos en actitudes sospechosas rondando las inmediaciones de la quinta presidencial munidos de material y documentación aún no identificado; se recomienda el seguimiento cercano por medio de agentes de seguridad hasta poder obtener más pruebas de que efectivamente el plan era bueno, al menos a juzgar por el primer árbol, que para festejar desvalijamos y nos hicimos un festín que nos dejó con toda la cara manchada.
La victoria de ese primer día fue completa: encontramos tres árboles -además del primero, había dos juntitos al otro lado de las vías. Anotamos los hallazgos en el plano, con marcador violeta, y en lápiz la fecha del descubrimiento. Mientras volvíamos en el tren a mí se me ocurrió que había un problema: si encontrábamos muchos, o a todos los árboles y después dábamos la información podíamos llegar a causar una catástrofe ecológica; a los pocos días no iba a haber más moras en toda la ciudad. Fabi estuvo de acuerdo con el problema y se le ocurrió una solución: podíamos marcar sólo algunos de los árboles para poner en nuestro mapa de las estrellas (porque ya lo llamábamos así, como en Hollywood), y guardarnos los otros, los más jóvenes o los más viejitos, para nosotros o para futuras ediciones de la guía. Así que a una de las marcas violetas que teníamos le pusimos un círculo verde para indicar que ese árbol no iba a figurar en nuestra guía, así lo salvábamos para la posteridad. Pese a que nos habíamos traído una bolsa llena de moras, ya estábamos tan empachados que no probamos ni una en el viaje de vuelta. Mejor, dijo Fabi, así podemos hacer dulce y guardarlo. Ella sabe hacer dulces de cualquier cosa, siempre me sorprende con algo nuevo. No sé, a veces me parece que la conozco de toda la vida, como cuando hace ese gesto con el pelo que le queda tan lindo, y es tan argentina, de 17 años de edad, domiciliada en el barrio de Monserrat de la ciudad de Buenos Aires, donde cursa el quinto año de bachillerato en la escuela Normal número 3. A la fecha no se le conocen antecedentes penales.
Los dos esperamos el siguiente sábado con entusiasmo, y así pasó la semana sin que se notara ningún movimiento digno de mención por parte de los sospechosos, por lo que se recomienda una mayor cautela en el seguimiento hacia el oeste, porque había una prima mía que decía que por Ciudadela había un paraíso de moras. Efectivamente, no más bajar de la estación Fabi daba saltitos porque había visto un árbol enorme pegado a un paredón gris que resultó ser del regimiento 101 del ejército argentino, que fue puesto en alerta inmediatamente por el personal de inteligencia, hecho tal vez advertido por los sospechosos de subversión dado que luego de inspeccionar las inmediaciones nos dio asco porque estaba todo picado de bichos y las pocas que quedaban enteras estaban verdes o bien tenían un gusto raro. Tuvimos que inventar otro código para los árboles en mal estado: les pusimos un punto negro en el mapa. Yo estaba enojado con mi prima porque pese a que recorrimos tres plazas y los costados de la vía no encontramos nada más, pero estuvo bueno porque a la tardecita nos metimos en un cine de la segunda Rivadavia donde daban un festival de Chaplin.
Nuestro mapa se iba llenando de marcas, casi la mitad eran violetas o verdes, y aquí y allá algún punto negro (los puntos negros conformaban el mapa para los enemigos, todavía no teníamos planes pero para algo los íbamos a usar). Casi se arma el desastre una vez que volvíamos de Flores. De repente vi que a Fabi se le ponía la cara blanca y revolvía toda su cartera y los bolsillos del pantalón. “Me parece que perdí el mapa”, me dijo, temblando. Yo le pregunté si se le había caído o lo había dejado en algún banco de la plaza, o pudo ser interceptado por nuestro agente, y en estos momentos está siendo analizado en detalle por la secretaría de inteligencia. Los resultados preliminares indican que se trata de un plan realizado con total premeditación, dado que se encuentran marcas en puntos estratégicos de la ciudad, la mayoría de los cuales se encuentra en las inmediaciones de unidades urbanas de las fuerzas armadas de la Nación. Dichas marcas se realizan de acuerdo a un código que se puede comparar con otras claves de uso común por focos subversivos. Por el momento aconsejo cautela, porque tampoco era como para ponerse así, en todo caso podíamos recordar la mayoría de los árboles o, si era necesario, comenzar todo de nuevo, que al fin y al cabo ni era tanto trabajo ni lo hacíamos a disgusto, pero Fabi ya estaba a punto de largarse a llorar; yo le puse el brazo sobre los hombros y ella apoyó la cabeza sobre mí y viajamos en silencio de regreso a casa. Desgracia con suerte, porque pasamos una tarde fenómena recordando todos los viajes que habíamos hecho, así que agarramos otro plano y lo pudimos dibujar casi enterito. No estaban todos los árboles que supimos conseguir, pero el mapa quedó casi como era originalmente.
A lo largo de estas semanas descubrimos muchas cosas, y no solamente los árboles de moras escondidos en la ciudad. Yo no sé qué es lo que me pasa con Fabi, pero cada vez tengo más ganas de que nos quedemos abrazados como aquella vez que se nos perdió el mapa. Nuestro plano ya está cubierto de colores, que para nosotros significan viajes, recuerdos, tortas y dulces. En verdad, ya no tenemos la idea de vender el mapa de las estrellas, ha pasado a ser parte de nuestro secreto personal. Tal vez lo compartamos con algunos amigos, no estamos seguros. Hoy nos queda el último cuadrado del plano, vamos a dar unas vueltas por la Boca, amenaza llover pero yo estoy seguro de que vamos a encontrar por fin el código utilizado en el mapa secuestrado al enemigo, con la ayuda del servicio de inteligencia y de las confesiones de terroristas que se encontraban en nuestro poder y admitieron conocer el plan con el cual comenzaría la ofensiva de la guerrilla urbana. Hemos descifrado la clave de colores que corresponden a las diversas unidades subversivas que tomarían parte en el operativo y procederemos a aniquilar las células que han sido identificadas. En cuanto a los terroristas que continúan con los preparativos del plan de ataque a nuestras instituciones, en mi carácter de jefe del operativo, ordeno proceder.