Texto: Márgara Averbach
Lectura: Carina Maguregui
Ilustración: Julieta Malatesta
Gracias por venir, gracias, Negra, sé que no es buen momento para vos, que no podías a esta hora, pero yo estoy… Gracias, amiga.
Tengo que contárselo a alguien, Negra, si no… No sé qué me pasaría si no te lo contara. Y a mamá ni loca le digo ni una palabra de esto. Cada vez que le hablé, se armó feo, mal, vos la conocés…
Fue en el subte, el de siempre, el que tomo todos los días. Y eso me jode, Negra, me jode mucho, te lo juro: yo pensaba que no podía pasarme nada en un lugar tan conocido, tan mío, y así, sin aviso, en un día cualquiera, en medio de la nada. Es como si te pasara en tu casa… Yo no siquiera estaba preparada, Negra.
O sí… A veces me parece que sí, que siempre estoy mirando caras por alguna razón… Y cuando se me ocurre eso, me asusto más todavía.
Fue así: estoy ahí, en el vagón, parada como siempre, hora pico, levanto la vista del teléfono y me veo. Me veo a mí misma, ¿entendés, Negra? A mí, me veo. Ahí, al lado de la ventanilla. Como dos gotas de agua. Y este es el asunto: vos me conocés, no soy tímida, ¿por qué carajo no me acerco? Eso quiero saber. ¿Por qué no le digo nada a esa chica que soy yo? En realidad, fue peor que eso, mucho peor: no solo que no le hablo, sino que, cuando ella da vuelta la cara, me da un miedo terrible. ¿Y si me ve? No te imaginás el miedo que tuve, es un miedo loco, desesperado, Negra. Me voy a morir si me ve. Así que me hundo en el teléfono, me meto el pelo en la frente, le doy la espalda.
Y todo eso no duró nada. Nada. Fue entre Moreno e Independencia, Negra. Lleva más tiempo contártelo. A mí me latía el corazón, me parecía que no podía respirar. Y es raro porque sé que no puedo dejar que ella me vea, pero quiero verla yo. Necesito verla… La miro de a ratos. La espío. Y sí, soy yo con una ropa más suelta, pelo largo, otros colores. Y entonces, como en los sueños, justo cuando el tren llega a la estación, ella me ve a mí, y abre la boca y dice algo, no sé qué, en voz bien alta, pero yo estoy sorda y muda y mal… Es… es como si el espejo te reconociera, ¿entendés, Negra? Me tuve que poner la mano en la boca para no gritar. Y entonces, por suerte, vuelvo al mundo y veo que se están abriendo las puertas y yo estoy cerca, cerca, y bajan muchos, porque es Independencia, así que puteo. Permiso, permiso, mierda, y empujo y salgo al andén.
Y ahora viene la cosa. Ahora, porque cuando salgo, Negra, ahí, me acuerdo. Pongo un pie en la estación y me acuerdo. Años que no lo pensaba. Cuando yo era chica –no te conté nunca esto, nunca se lo conté a nadie–, cuando yo era chica soñaba que tenía una hermana gemela. La única vez que se lo dije a mamá se puso furiosa. Blanca de rabia. Así que no volví a decirlo, claro. Pero el sueño volvía cada tanto. Y ahí, cuando me acuerdo, en medio del andén, me doy vuelta y la miro. Y no sigo caminando, no me voy. Como que la estoy esperando.
Ella trató de bajar, ¿sabés? Trató y no pudo, había demasiada gente, pero quería bajarse, quería seguirme. Yo la veo, ahí, a dos metros, menos, contra el vidrio de las puertas. Y yo me quedo parada, con el teléfono en la mano y estoy llorando, llorando, Negra, porque pienso que me salvé, sí, me salvé y que nunca voy a volver a verla.