Texto: Matías Castro Sahilices
Lectura: Hernán Panessi
Ilustración: Santiago López
Papi tiene encerrado a Cerdito. Pobre bicho, anda siempre desnudo y de rodillas. Yo le digo “bicho” cariñosamente. Papi le dice “monstruo”, pero creo que lo hace porque no lo entiende.
Doña María lo escondía en el galponcito que tiene en el fondo, pero le empezó a dar lástima y fue entonces que le preguntó a papi si yo lo quería tener en casa. Aunque me hubiera gustado más tener uno con cabeza de toro y jugar con él entre los setos, papi me dijo que escuchó en las noticias que esos eran muy peligrosos, que si quería uno me tenía que conformar con este.
Papi dice que a veces Cerdito lo mira desde el rincón, de lejos, con bronca. Yo creo que Cerdito no entiende por qué lo tenemos encerrado en un cuarto de dos por dos. Pero si lo dejáramos libre en el parque papi se pondría furioso de verlo jugar entre las flores que dejó mami, entre los helechos y enanos de jardín.
Le dimos el cuarto que era del abuelo Aldo. El lugar era bastante lindo antes de Cerdito; antes de quitar el empapelado de barquitos, el piano y los libros para que el bicho pudiera jugar. Me da pena verlo encerrado en un lugar tan chico, pero jamás se me pasó por la cabeza decirle a papi que lo regale de nuevo.
La verdad es que Cerdito es bastante ordenado y no entiendo por qué papi se enoja y lo tiene a raya. Por ejemplo, en el rincón junto a la ventana, acumula la basura hasta que papi la saca en una bolsa negra. Después de comer, Cerdito usa el lugar donde estaba el piano para descansar apoyando la espalda en el piso y las patas sobre la pared. Para dormir, en cambio, usa la esquina más oscura, donde la luz de la ventana apenas llega. Todas las noches me pide que le cuente alguna historia antes de acostarse y entonces se acurruca a mi lado y se queda escuchando. A papi no le gusta que le cuente cuentos; dice que le van a dar ideas. Cuando Cerdito se duerme, le pongo una manta encima para que no pase frío.
A veces le da por pararse en dos patas, pero entonces empieza a hacer remolinos con los brazos, pierde el equilibrio, cae hacia atrás y nos reímos juntos. Igual, me imita bastante bien: usando las manos para sostener los camotes y choclos cuando come, usando los dedos para quitar las semillas de las naranjas. Cuando papi no está, le enseño a pararse como un hombre, a poner la espalda recta. Él me invita a sentarme en canastitas y a mirarnos, a jugar a ver quién pestañea antes. En eso es bueno Cerdito; no pestañea nunca y siempre me gana.
El viernes aproveché que papi se había ido al banco y fui a saludar a Cerdito. Me asusté al verlo porque de tanto practicar aprendió a pararse y a mantener el equilibrio. Después del susto me alegré y lo felicité y fui a buscarle unas frutillas para festejar, pero al volver al cuarto Cerdito no estaba. Lo busqué en la cocina, en el jardín y nada. Entonces se me prendió la lamparita y entré corriendo al cuarto de papi. Ahí estaba Cerdito, tratando de ponerse una de sus camisas. Me enojé mucho y le grité que volviera a su cuarto, que papi podía llegar en cualquier momento y que se iba a armar una de película. Mientras lo regañaba, creí escuchar un gruñido. Esa noche soñé que Cerdito golpeaba a papi, que lo arrastraba hacia el cuarto del abuelo y lo dejaba tirado. Más tarde le dejaba frutas y una botella de vino. En el sueño, Cerdito vestía un traje a rayas, usaba zapatos y llevaba puesto el sombrero de papi. Parecía todo un caballero.
Esta mañana llamó Doña María para preguntar qué íbamos a hacer con Cerdito, que seguramente no estábamos al tanto, que ahora era ilegal tenerlos en casa. Papi se puso como loco y le preguntó si habían dejado algún número de teléfono para que la gente se comunique y sepa cómo ponerse en regla. Cuando colgó, papi me dijo que lo mejor era sacrificarlo para evitar así las multas por tenerlo en casa, que eran altísimas, y más que nada para evitar que algún vecino de la manzana nos delatara; que seguramente la vieja de la esquina ya estaba llamando a los de Fauna.
Papi dijo que tenía que ir hasta lo del vasco a comprar unos cartuchos, que se había quedado sin municiones después de la última vez que salió a cazar arpías con los Di Matteo, así que esperé a que saliera, llamé a Cerdito y lo senté en la mesa. Le di direcciones de amigos, un mapa, dinero para el viaje y un libro de Salgari, cosa de que no se aburriera. Mientras le explicaba, Cerdito parecía entenderlo todo. Después lo ayudé a cambiarse. Le di un traje, un par de zapatos de los nuevos y, aunque sabía que luego papi se enojaría muchísimo, le regalé su sombrero preferido. No le quedaba exactamente todo como en el sueño, pero estaba bastante presentable. También le regalé las gafas ahumadas del abuelo Aldo, para que pasara desapercibido en el ómnibus de larga distancia.
Nos despedimos con un apretón de manos y le hice prometer que me escribiría una carta.
En las noticias dicen que la cosa está jodida, que hubo que llamar al ejército. Papi dice que hay que matar a todos esos monstruos de una buena vez. Pobres bichos. Sólo espero que Cerdito esté bien.